El Arzobispo Leonard P. Blair

Esta época de pandemia mundial, con todos los temores que da lugar, nos pone a prueba a todos — prueba de nuestra capacidad para hacer frente a nuestros miedos, nuestras necesidades médicas y materiales y nuestra fe en Dios en medio del sufrimiento y la muerte de muchos.

Hay muchos aspectos de la fe, pero el que es especialmente necesario en nuestras circunstancias actuales es la fe entendida como confianza.

El Antiguo Testamento enfatiza la fe bajo este aspecto de la confianza, personificada en la figura de Abrahán. Fe significa aceptar y creer los mensajes, promesas y mandamientos de Dios como él lo hizo. Otra forma de decirlo es decir que la fe implica confianza en Dios, quien es fiel y confiable. Se debe confiar en Él sin vacilación, duda o miedo. Al mismo tiempo, la Biblia también revela la fe como un movimiento de la inteligencia hacia realidades que no se ven. Toda la historia de Israel es la historia de un pueblo dirigido por la mano de Dios. Su infidelidad como pueblo, que, en el fondo, era una falta de confianza, fue denunciada por los profetas, quienes reconocieron las verdaderas profundidades de la pecaminosidad humana y la necesidad de que Dios mismo creara un corazón humano confiado en un nuevo pacto por venir. Esto se cumplió con el advenimiento de Cristo.

La Carta del Nuevo Testamento a los Hebreos dice, “La fe es fundamento de las cosas que se esperan, prueba de las que no se ve”. A nivel personal, esto significa que cuando la providencia de Dios no es tan evidente, y él parece distante o remoto, estamos llamados a ejercer la fe en un nivel más profundo y puro. Un gran santo, Juan de la Cruz, enseña que esta purificación cada vez mayor de la fe es lo que nos une más directa e inmediatamente a Dios. El abandono y la confianza que conlleva la fe son muy agradables a Dios y nos acercan mucho a él.

Jesús, en su humanidad sagrada, se convirtió en uno como nosotros en todas las cosas, incluida la tentación, pero sin pecado. Estaba acosado por la debilidad, pero puso toda su confianza en su Padre celestial. Reflexionando sobre esto, la Hermana Ruth Burrows, OCD, escribe: “Nosotros, como Jesús, tenemos que cerrar los ojos, renunciar a los controles, permitir que Dios trabaje y decir, con Jesús, nuestro ‘¡sí, sí!’. Es así como dejamos de estar en control tratando de ser nuestro propio dios, nuestro propio creador, y aceptamos, como Él lo hizo, ser humanos: totalmente dependiente; sin respuesta, sin realización en nosotros mismos; un vacío que mira al amor infinito para su finalización. Gracias a Jesús, nosotros también podemos aprender obediencia, aprender a aceptar con todo nuestro corazón la vocación dolorosa pero maravillosa de ser humanos … Este “sí” de Jesús es esa palabra todopoderosa que sostiene el universo y eleva hacia a Dios”. (The Essence of Prayer, p. 207)

La necesidad de confiar en Dios también nos pone cara a cara con su Iglesia, no en los pecados y fracasos de sus miembros, que son demasiado evidentes y dolorosos de ver, sino en su misterio como el cuerpo y la novia de Cristo. La roca humana visible sobre la cual Cristo eligió “construir su Iglesia” fue San Pedro, y no está fuera de lugar comparar su fe con la de Abrahán. En el Antiguo Testamento, el profeta Isaías llama a la gente a “mirad a la roca de la que fuisteis tallados … mirad a Abrahán, vuestro padre”. (51:1-2) Debido a su fe, Abrahán, el padre de los creyentes, es visto como la roca que sustenta la creación. Y San Pedro, gracias a su profesión de Cristo como el “Hijo del Dios viviente”, se convierte en la roca sobre la cual se construye la Iglesia, la roca que prevalecerá contra las fuerzas destructivas del mal hasta el fin de los tiempos.

En un momento dif ícil para el mundo, la Iglesia y cada uno de nosotros individualmente, debemos renovar nuestra fe bajo el aspecto de la confianza — confianza en Dios y su providencia amorosa para cada uno de nosotros y para el mundo, y confianza en el “camino” que él ha revelado en y a través de su cuerpo y novia, la Iglesia.