Archbishop Leonard P. Blair

Archbishop Leonard P. Blair

Para una persona dedicada a su fe religiosa, ya sea católica o no, el declive actual de la autoidentificación y la práctica religiosa suponen un gran desafío. En los Estados Unidos, cuando se les preguntó, en 2018, sobre su afiliación religiosa, el 23,7 por ciento de los encuestados respondió “ninguna”, en comparación con solo el 5,1 por ciento que respondió lo mismo, en 1972.

En un nuevo libro, el profesor Ryan P. Bunge opina que, cuando se trata del cristianismo, “… los estadounidenses solían ser cristianos por defecto, no por creer en las palabras del Credo de los Apóstoles. La secularización simplemente dio permiso para que mucha gente expresara quiénes son realmente; es decir, no afiliados a ninguna religión”.En otras palabras, Bunge sugiere que, para muchas personas, en el pasado, la fe religiosa tenía que ver más con la etnia, familia, vecindario y comunidad que con las creencias personales.

Entonces, si usted era parte de una familia y un vecindario étnico religioso muy unido, por ejemplo, se identificaba como religioso, ya sea que creyera y practicara lo que su iglesia enseñaba o no. Pero hoy en día, señala Bunge, son menos las personas que sienten la necesidad de identificarse como religiosas; en realidad, no practican su religión o no aceptan todas sus creencias. Cada vez es más frecuente la respuesta “ninguna”, cuando se les pregunta acerca de su afiliación.Si nosotros, que somos católicos, nos vemos como eslabones de una cadena de fe que se remonta a los siglos (para usar una imagen de St. John Henry Newman), entonces tenemos que reconocer que esa cadena de catolicismo ya sea superficial o profundamente arraigada, se está rompiendo. No significa que los llamados “ningunos” estén totalmente perdidos para nosotros. Muchos permanecen con una disposición favorable, aunque no todos, solo que la fe ya no se transmite ni se practica como antes.El declive de la identidad y práctica religiosas no deja de tener consecuencias.

Recientemente (29 de julio de 2021), el columnista del New York Times, David Brooks, escribió sobre lo que llamó “el desmoronamiento psicológico de Estados Unidos”. El resultado, señala Brooks, es un aumento importante en las tasas de depresión entre los adolescentes, en las de suicidio, en el aislamiento de las personas que afirman no tener amigos cercanos. “El dolor social y la vulnerabilidad están afectando todo”, escribe, “nuestras familias, escuelas, política e incluso nuestros deportes”.Brooks dice que “no sabe qué está causando esto”. Yo, por otro lado, creo que la crisis que describe se debe, de manera muy significativa, al “desmoronamiento” religioso de Estados Unidos. El Papa Francisco habla de la “miseria moral, espiritual y material de nuestro mundo moderno … impregnado de consumismo … la desolación y la angustia nacidas de un corazón complaciente pero codicioso, la búsqueda febril de placeres frívolos y una conciencia embotada”.

Esta es la imagen de un mundo cada vez más alejado de la fe y práctica religiosa.En 1831, el francés Alexis de Tocqueville, en su libro La democracia en América, enfatizó la importancia de la religión en la sociedad estadounidense. Esta, dijo, enseñó el comportamiento virtuoso, que es esencial para que la libertad se ordene al bien común. Al darle una dimensión moral a los problemas, también ayudó a garantizar que el gobierno de la mayoría no se deteriore y convirtiera en una tiranía inmoral. Asimismo, crea lealtad y devoción entre sus seguidores, quienes contrarrestan la tendencia del gobierno a absorber todos los aspectos de la vida.Hoy en día, estamos experimentando cada vez más las amargas consecuencias que provienen, en parte, de la pérdida de la adherencia y práctica religiosa por parte de un número creciente de estadounidenses.

El auge de los “ningunos” no es una buena noticia para su propio bienestar o el de nuestro país y el mundo. Esto no quiere decir que las personas religiosas estén siempre libres de hipocresía, injusticias sociales y otros pecados, sino que están limitadas por un conjunto de creencias y una comunidad de creyentes que promueven la virtud y censura el vicio.Nuestro desaf ío como católicos es contrarrestar la tendencia actual, con el poder del Evangelio, que siempre tiene un gran impacto, porque es la palabra de Dios y lleva consigo el poder del Espíritu Santo. Pero debemos hacerlo con convicción y sin temor a estar “fuera de sintonía” con la cultura imperante. Tenemos que hablar y ponernos de pie con valentía, como Cristo nos dijo. Quizás el primer paso sea preguntarnos honestamente: ¿Somos parte del problema o parte de la solución?