Archbishop Leonard P. Blair

Amedida que nos acercamos al año 2021, viene a mi memoria la hermosa oración de bendición del cirio pascual: “Cristo ayer y hoy, Principio y Fin, Alfa y Omega. Suyo es el tiempo y la eternidad. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén”.

Encuentro gran aliento en estas palabras, y espero que ustedes también, ya que seguimos enfrentando los desaf íos del COVID, las tensiones del mundo de hoy y rodeados de la tentación que sienten muchas personas de alejarse de la fe y las prácticas religiosas.

Un estudio reciente nos informa de un creciente declive de la religión en todo el mundo, más dramáticamente en los Esta-dos Unidos. De 1981 a 2007 nuestro país se calificó como uno de los más religiosos del mundo. Desde entonces, ha mostrado el mayor abandono de la religión de cualquier país donde el estudio obtuvo información (Informe CARA, otoño de 2020).

Cada vez para más personas, la religión está relegada a la esfera privada y cada vez se le culpa más por la opresión y los conflictos del mundo. La religión ya no tiene una influencia decisiva en nuestra cultura, las artes y las ciencias, la vida pública y en las cuestiones morales y éticas. La comprensión común del bien y el mal, la justicia y la injusticia, el bien y el mal, se está erosionando. Hoy día, incluso la vida de los bebés por nacer ya no está protegida, y ya no se cree que algo tan fundamental como que el matrimonio tenga significado y propósito dado por Dios, sino que podemos redefinirlo como se quiera.

Un artículo de U S A To d a y informó una vez sobre el creciente número de estadounidenses que “simplemente se encogen de hombros ante Dios, la religión, el cielo o la siempre de moda búsqueda de significado y/o propósito. Su actitud podría re-sumirse como “¿Y qué más da?” Consideren el ejemplo de un joven adulto en Chicago identificado como católico: “Cuanto más leía psicología evolutiva y neuropsicología, más le parecía: ‘Podríamos lo mismo ser como automóviles. Para mí, eso, tiene más sentido que creer en lo que no puedes ver’”.

Sin fe en lo que no se ve, la comparación de la persona humana con un automóvil no es sorprendente. El Concilio Vaticano II enseñó que “una vez que se pierde de vista a Dios, también se pierde de vista a la persona humana”. Donde prevalece la duda sobre Dios, es inevitable la duda sobre la humanidad. Hoy vemos cuán ampliamente se está extendiendo esta duda. Lo vemos en la tristeza, en la congoja interior que hoy se puedeleer en tantos rostros humanos, en el vacío y la falta de rumbo que conducen a las adicciones y al suicidio. La religión me da la convicción de que: es bueno que yo exista, que es bueno ser un ser humano, incluso en tiempos dif íciles.Cuando se reunió el Concilio Vaticano II en la década de 1960, los Padres conciliares enseñaron que la preocupación por el mundo venidero no debe disminuir nuestra preocupación por este mundo. Ahora, más de medio siglo después, casi tenemos que darle la vuelta a esa afirmación. La preocupación por este mundo no debe disminuir nuestra preocupación por el mundo venidero. La gente de hoy necesita escuchar un mensaje convincente y edificante sobre el propósito último de sus vidas. También necesitan reconocer que implantada dentro de ellos hay una profunda sed de Dios.

“La fe”, dijo una vez el Papa Benedicto, “hace feliz a una persona desde lo más profundo”, porque sabemos que el amor de Dios por nosotros nunca cesará y nosotros tampoco. Porque su amor nos abraza aquí abajo, vivimos en la confiada esperanza de la vida eterna. La verdadera libertad no es la capacidad humana de hacer lo que queramos, sino la gracia divina de amar y vencer las cadenas de nuestra debilidad humana y el pecado para que podamos hacer lo que es correcto y bueno.

No hace falta decir que nuestra fe católica no se trata de profesar credos en la iglesia los domingos y luego durante la semana ser parte de leyes injustas, prejuicios sociales o raciales, prácticas corruptas, ignorar o explotar a los pobres y marginados o promover el comportamiento sexual contrario a la enseñanza moral católica, incluyendo el derecho a la vida de todo ser humano desde la concepción hasta la muerte natural.

Como creyentes, nuestra misión es ser testigos amorosos y valientes de la verdad sobre Dios, sobre Jesús, sobre la realidad del pecado y la necesidad del arrepentimiento y la fe. En palabras del Papa Francisco, no podemos esperar pasiva y tranquilamente en los edificios de nuestras iglesias, pero dondequiera que encontremos oscuridad debemos traer la luz inextinguible de Cristo. ¡Que esta sea nuestra resolución para el 2021!