Archbishop Leonard P. Blair

Archbishop Leonard P. Blair

Si me preguntaran cuál es el mayor tesoro de la Iglesia, yo diría que es la Sagrada Eucaristía, porque, como dice el Catecismo, es “fuente y culmen de toda la vida cristiana” y “contiene todo el bien espiritual de la Iglesia; es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua” (CIC, 1324). Recuerden también lo que Jesús nos dice: “Si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes”.

Habiendo experimentado una pandemia que hizo casi imposible la participación en la Eucaristía para muchas personas, los obispos de los Estados Unidos están preparados para seguir adelante con un esfuerzo concertado para reavivar, entre todos los católicos, un conocimiento y un amor más profundos por la Eucaristía y la digna recepción de sagrada comunión. Con ese fin, estamos planeando un esfuerzo de varios años a nivel parroquial, diocesano y nacional para catequizar y celebrar este gran misterio de fe. También estamos visualizando un importante evento eucarístico nacional, en 2024.

Lo bueno es que, después de la reapertura de nuestras iglesias, parecería que la gente está regresando para la Misa dominical, pero esta tendencia debe ser alentada, fomentada, ampliada y fortalecida constantemente. Otra buena noticia es también que, después de mucho tiempo, muchas personas, incluidos muchos jóvenes, se han sentido atraídas por la adoración eucarística.

La adoración es una “prolongación” de la Misa, ya que nos permite estar calmados en la presencia eucarística de Cristo y entablar un diálogo orante con Él. En un mundo lleno de un flujo incesante de mensajes, imágenes y voces que nos halan hacia todas direcciones, la adoración es un refugio donde podemos estar quietos y tranquilos, no en un vacío, sino en comunión espiritual con Jesucristo. Esto ahora nunca ha sido más necesario. Ya había pedido a todas las parroquias de la arquidiócesis que dedicaran al menos una hora a la semana para la adoración eucarística, y sé que muchos lugares van más allá de ese mínimo. Esto es vital para la Iglesia de hoy.Por otro lado, el sínodo arquidiocesano que se celebró en 2019-2020, finalmente ha concluido, después de un retraso pandémico, con la Misa que se celebró el 13 de agosto, en la memoria del Beato Michael McGivney.

Un sínodo está destinado a trazar un camino a seguir, por lo que debemos considerar nuestros próximos pasos. En esta edición del Transcript pueden ver algunas de las fotograf ías tomadas en esa hermosa liturgia de clausura. El próximo número estará dedicado al documento final del sínodo, que refleja las preguntas, preocupaciones, esperanzas e ideas presentadas por los delegados de este.Nuestro sínodo arquidiocesano ya anticipa algo que el Papa Francisco ahora está pidiendo a toda la Iglesia.

El Santo Padre desea que cada diócesis participe en un proceso sinodal que comenzará con una Misa celebrada por los obispos en sus diócesis, en octubre, y finalizará en 2024. Por eso, es necesario que mantengamos el impulso de nuestro propio sínodo arquidiocesano, en los próximos años.Nuestros desaf íos actuales son grandes, pero el Señor siempre es más que ellos y ha prometido estar con nosotros “siempre, incluso hasta el fin de los tiempos”. En ninguna parte es esto más evidente que en la Sagrada Eucaristía. Que Él guíe el camino sinodal de la Iglesia y que cada uno de nosotros lo reciba en la Eucaristía con mayor fe, integridad de vida y adoración.