El Arzobispo Leonard P. Blair

La resurrección de Jesucristo de entre los muertos en la Pascua es lo que define al mundo y a la persona humana de principio a fin. El Cristo resucitado nos permite alcanzar nuestro sublime llamado a entrar en lo que el Catecismo de la Iglesia Católica. llama “una relación vital y personal con el Dios vivo y verdadero”.

Quizás sorprendentemente para algunos, el Catecismo continúa diciendo que “esta relación es oración” y que la oración “es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de él”. (No 2560)

En su libro The Essence of Prayer, la Hermana Ruth Burrows, OCD, observa que “la oración no es nuestra actividad, nuestro contacto con Dios, nuestro ‘llegar a enfrentar’ a Dios o nuestro ‘hacernos deseables’ a Dios. No podemos hacer ninguna de estas cosas, ni necesitamos hacerlas, porque Dios está allí listo para hacer todo por nosotros, amándonos incondicionalmente. … La ayuda más segura que podemos darnos a nosotros mismos … [es] un ardiente encuentro con Jesús en el Nuevo Testamento para ‘ir de la mano con Dios’, y la petición constante de una mayor fe. No se necesita nada más”. (Pág. 28)

Esto no significa que no haya una forma, contenido o método para la oración. Simplemente significa que estos son todos medios para un fin, es decir, nuestra relación con Dios en Cristo. Las formas y la forma de la oración personal pueden variar de persona a persona, o de acuerdo con nuestro estado de vida o situación inmediata, pero ciertos fundamentos constituyen una herencia común de la oración.

En el “Padre Nuestro”, Jesús nos enseñó a orar. San Agustín nos dice que “… si estamos orando de la manera correcta, no decimos nada que ya no se pueda encontrar en el Padre Nuestro”. (Ep. 130) Si reflexionamos sobre todas las peticiones del “Padre Nuestro” (como lo hace el Catecismo en su segunda sección sobre la oración), encontrarán todo lo que se necesita para una relación correcta con Dios, con el mundo y con uno mismo. Recuerden, la oración se trata de una relación: Nuestra relación con Dios ytodo lo demás en relación con Él.

Aunque la oración es directa, principal y finalmente dirigida a Dios el Padre, como se refleja en la Liturgia, también es correcto y apropiado dirigir las oraciones a Dios el Hijo, Jesús, y a Dios el Espíritu Santo, quienes son coiguales con el Padre en divinidad y majestad. Luego hay las oraciones invocando la intercesión de María, cuya maternidad nos abraza a todos, y las oraciones intercesoras dirigidas a los santos y ángeles, que están unidos con los fieles en la tierra desde su lugar en el cielo, recordándonos así una vez más que la oración es una relación.

Finalmente, el Catecismo dedica varias páginas a una sección que lleva el título provocativo: El combate de la oración. ¿No se supone que debemos pensar en la oración como serena y pacífica? Realmente no. En el número 2725 se nos dice tal como es: “La oración es un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo. Los grandes orantes de la Antigua Alianza antes de Cristo, así como la Madre de Dios y los santoscon Él nos enseñan que la oración es un combate. ¿Contra quién? Contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración, de la unión con su Dios. Se ora como se vive, porque se vive como se ora. El que no quiere actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo, tampoco podrá orar habitualmente en su Nombre. El ‘combate espiritual’ de la vida nueva del cristiano es inseparable del combate de la oración”.

La oración requiere no solo fe, sino humildad, confianza y perseverancia. Que la alegría de la Pascua confirme nuestros corazones en la certeza de que Cristo ha resucitado en nuestra carne mortal. Dios existe, nos ama y tiene sed de nuestro amor. La oración sola en todas sus formas, pública y privada, puede sostener y profundizar esta relación. Entonces, hagamos lo que el Señor nos pide con fe y oración.